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El mirador

Escuela y familia

T. Fernández

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:13h
La sentencia del Supremo sobre Educación para la Ciudadanía (EpC) ha sido aplaudida entusiásticamente por algunos. Otros han quedado sobrecogidos ante la ímproba (imposible) tarea que se les viene encima, al verse obligados a detectar, primero, y a recurrir judicialmente después desviaciones en relación con la recomendada falta de adoctrinamiento que el Alto Tribunal ha establecido.
Un tercer grupo ha venido formado por los EpCescépticos; es decir, por aquellos que minusvaloran el alcance de la polémica asignatura por entender que la escuela es hoy mero comparsa en la formación de los chicos. A su juicio, escuela y familia comparten derrota a mano de poderosas influencias que establecen por su cuenta y con eficacia a un completo, complejo y distinto sistema de valores. Hasta no hace mucho tiempo, en efecto, existían cuatro ámbitos sagrados, de carácter personal, en los que la educación acontecía como ósmosis. Eran la familia, la escuela, la Iglesia y el libro, que caminaban en la misma dirección. Ahora, en su misión formativa, han sido sustituidos por otras cuatro instancias, pero de carácter anónimo: la calle o el ambiente, la música, la televisión y la comunicación informática.

Hoy, además, vivimos un mundo mucho más plural y abierto. Gracias a las nuevas tecnologías, nuestro hijos y jóvenes viven y crecen en una “aldea global” plurinformada y plurinfluida, a la que llegan múltiples mensajes no pocas veces contrarios y contradictorios. Mensajes que alcanzan, además, a todos los públicos: mayores y pequeños; ilustrados y receptores acríticos. Pero siendo así las cosas, no se puede subestimar tan alegremente la influencia y la necesaria presencia de escuela y familia. Más aún: porque así son las cosas, hoy más que nunca ambas instituciones deben retomar el protagonismo de la educación de nuestros chicos. Y lo ideal sería que pudieran caminar al unísono, flanqueadas una por la otra.

Nuestros hijos y jóvenes no pueden ser fruto del azar; de las compañías, amistades, botellones y horarios que los padres desconocen; de los chateos informáticos que los chavales practican en la privacidad de sus habitaciones; de los programas de televisión que contemplan en unos hogares vacíos, habida cuenta de que estos, muy a su pesar, no encuentran facilidades para compaginar vida familiar y laboral. Escuela y familia no deben, pues, ser infravaloradas. Porque ellas, en definitiva, son las primarias y personales instancias educadoras.
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